19 de septiembre de 2009

El divorcio libre, "sin culpa", cumple 40 años: Reagan se arrepintió de firmarlo

divorcio

El diputado que lo implantó estaba tramitando su divorcio; dejó en la ruina a su ex y sus hijos

Pablo J. Ginés - 09/09/09 (Forumlibertas.com) - En 1926, cuando muchos miraban con temor la Rusia bolchevique, el inglés G. K. Chesterton profetizó:
"la próxima gran herejía será simplemente un ataque contra la moralidad, especialmente la sexual. La locura de mañana no está en Moscú, sino mucho más en Manhattan".
Chesterton se equivocó poco: el primer ataque fue inglés, cuando en 1930 la Iglesia Anglicana aceptaba por primera vez la anticoncepción, un punto de ruptura, sin duda. Pero aunque la Rusia comunista permitía el divorcio sin causa alguna, no fue su modelo el que se extendió. Para muchos analistas, la crisis familiar llegó hace 40 años, cuando el entonces gobernador Ronald Reagan firmó en 1969 en California la primera ley de "divorcio sin culpa", es decir, sin causa.

Iowa, gobernada también por los republicanos, adoptó la misma ley en seis meses. Para 1971 había divorcio libre en Colorado, Florida, Michigan y Oregón. Quince años después, se aplicaba en casi todo Estados Unidos y se exportaba por todo Occidente. España adoptó el divorcio libre como una de las primeras aportaciones del presidente Zapatero en 2005, logrando que, con el llamado "divorcio exprés" las rupturas respecto a 2004 creciesen un 10% (y los divorcios, un 75%).


Reagan se arrepintió
El hijo mayor de Ronald Reagan, Michael, cuenta en su libro "Twice adopted", que su padre le confesó años después que firmar la ley del divorcio libre fue uno de los peores errores que hizo en su vida política.

Reagan era cristiano y conservador. Él mismo había sufrido un divorcio contra su voluntad por parte de su primera esposa, la actriz Jane Wyman. Se consideraba un hombre de familia. Pero su firma fue la que extendió el divorcio y la "cultura del 68" por Occidente. ¿Cómo es posible?

Lo explica Judy Parejko, autora de "Stolen Vows: The Illusion of No-Fault Divorce and the Rise of the American Divorce Industry" (ver www.stolenvows.com ), en un artículo de CatholicExchange.com. Reagan fue presionado por el principal promotor de la ley, el diputado James A. Hayes, un hombre que tenía un interés muy particular en el asunto: su esposa le había presentado el divorcio con acusaciones de "crueldad". Tenía mucho que perder, y mucho que salvar. Y una ley de "divorcio sin culpa" era lo que necesitaba.

La prensa de esos días no explicó nada del interés personal de Hayes en lograr esta ley, no habló de su proceso de divorcio. Si lo hubiera hecho, quizá la historia de la familia en Occidente sería distinta.

¿Todos a favor?
Hayes inventó (él mismo lo afirma) el concepto "diferencias irreconciliables", que hoy usan los psicólogos y el lenguaje popular. Declaró que no le gustaba el término "ruptura" porque sonaba demasiado negativo. Incluso en Ohio, que aún hoy no acepta el "divorcio libre", se puede invocar la "diferencia irreconciliable" como coladero para divorciarse.

Durante un encuentro de una hora con Reagan, Hayes usó todo tipo de argumentos para convencer a un gobernador remiso a que firmase la ley. Reagan quería vetarla, pero Hayes le empezó a enumerar cargos y nombres que la apoyaban. ¡Parecía que todo el mundo estuviera a favor!.

Reagan firmó el 5 de septiembre de 1969, entró en vigor el 1 de enero de 1970 y Hayes logró así un divorcio favorable en el que dejó sin nada a su esposa y sus cuatro hijos. La prensa recogió un tiempo después como su ex-familia tenía que acudir a los bonos de ayuda alimenticia que ofrecía el Estado.

Seis meses después, Robert Ray, gobernador republicano de Iowa, aprobaba una ley similar. Y se extendió por Estados Unidos.

Judy Parejko se pregunta si los políticos sabían lo que firmaban. "Muchas informaciones lo presentaban como una medida de consenso mutuo, cuando en realidad no lo era. Una sola de las partes interesadas ya podía iniciar el divorcio sabiendo que el Estado le aseguraría el éxito", afirma esta autora.

También se pregunta por qué la Iglesia no planteó más dificultades, en concreto respecto al concepto de "jurisdicción". ¿Por qué admitió el poder del Estado para romper una institución libremente contraída ante la Iglesia por miembros de la Iglesia?

Y, cuarenta años después, Parejko se pregunta si la Iglesia ha sabido responder al reto del divorcio libre. Después del divorcio, la Iglesia te dice con gran claridad lo que no puedes hacer: puesto que canónicamente sigues casado, no puedes acostarte con alguien que no sea tu marido canónico, y si lo haces, no puedes comulgar.

Desde España, podríamos plantearnos qué quedará de la familia en 2045, si se cumplen 40 años de divorcio libre como en Estados Unidos, y su efecto combinado con la expansión de la cohabitación, el vaciado de significado que significa el matrimonio homosexual y con la poligamia y uniones "poliamorosas" llamando a la puerta y reclamando "derechos".


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