24 de septiembre de 2009
PENSAR POR LIBRE: Soy un obseso
Ayer, a propósito de “la ministra y el bebé”, un comentarista del blog no muy amable me llamó “obseso” por hablar con tanta frecuencia del aborto.
“Ya está bien —escribía—. Ha quedado claro que no os gusta lo que hacen millones de mujeres en España (sic). ¿Pero es que no hay asuntos más importantes? Tienes que hacértelo mirar, padre Enrique. Eres un obseso.”
Rechacé el comentario por una cuestión de estilo: no me gustan los insultos, y la palabra “obseso” podría considerarse como tal. Esta mañana, sin embargo, he ido al diccionario de la Real Academia y he comprobado que “obsesión” tiene también un significado neutro y aceptable: “Idea que con tenaz persistencia asalta la mente”.
Debo pedir perdón, por tanto, a mi comentarista. Tiene razón: en este sentido, sí que soy un obseso. Desde luego no participo de algunas pesadillas políticamente correctas que proliferan por ahí. Quiero decir que no me hace perder el sueño el cambio climático ni la gripe A, por citar sólo dos de las paranoias más frecuentes; pero sí me angustia el desprecio creciente a la vida humana, que es, en mi opinión, el síntoma más terrible de la decadencia moral y de la decrepitud de nuestra civilización.
Me obsesiona tanto que ni siquiera soy capaz de bromear con este asunto. Yo, que me río del lucero del alba todos los días, no dejo de rezar —y hasta de “llorar”— cada mañana en la Santa Misa por los niños muertos, por las mujeres manipuladas, por los médicos que asesinan y por los políticos que no se atreven a ser simplemente humanos: tan humanos, por los menos, como ese muñeco de plástico al que ni siquiera pueden mirar.
Me pregunta mi amigo si “no hay asuntos más importantes”. No, no los hay.
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