Audiencia a los obispos de Brasil (regiones Nordeste 1 y Nordeste 4). «Asedio a la familia», la vida «derrotada por numeras batallas», falta de compromiso, aumento del divorcio, su repercusión en los niños -privados de sus padres y «víctimas del malestar y del abandono»-: ante esta situación «la Iglesia no puede permanecer indiferente», sino que urge «un retorno a la solidez de la familia cristiana». Es la alerta de Benedicto XVI en su audiencia a los obispos de Brasil (regiones Nordeste 1 y Nordeste 4). Marta Lago (Roma) - 25-09-09. (COPE)
Presentes en Roma en visita «ad limina» y encabezados por el presidente de la Conferencia episcopal regional -José Antônio Aparecido Tosi Marques, arzobispo de Fortaleza-, los prelados han recibido el aliento del Papa -pasado este mediodía- al recibirles en el palacio apostólico de Castelgandolfo. Y es que han expresado su determinación asumiendo «el urgente compromiso de la misión para volver a encender la luz de la gracia de Cristo en los caminos de la vida» de su pueblo.
El primero de estos caminos, en palabras del Santo Padre, es «la familia basada en el matrimonio, como alianza conyugal en la que el hombre y la mujer se entregan y se reciben»; «institución natural confirmada por la ley divina» y «ordenada al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de la prole».
«Poniendo en discusión todo ello, hay fuerzas y voces en la sociedad actual que parecen empeñadas en demoler la cuna natural de la vida humana», denunció Benedicto XVI en su discurso en portugués, haciéndose eco de que los prelados brasileños evidencian su preocupación por «esta situación de asedio a la familia, con la vida que sale derrotada por numerosas batallas».
«Sólo de Dios pueden proceder esa imagen y semejanza propias del ser humano», recuerda. «Sin embargo, mientras la Iglesia compara la vida humana con la vida de la Santísima Trinidad» «y no se cansa de enseñar que la familia tiene su propio fundamento en el matrimonio y en el plan de Dios, la difundida conciencia en el mundo secularizado vive en la incertidumbre más profunda», «sobre todo desde que las sociedades occidentales legalizaron el divorcio».
A partir de ahí «el único fundamento reconocido parece ser el sentimiento, o la subjetividad individual, que se expresa en la voluntad de convivir», pero «en esta situación disminuye el número de matrimonios porque ninguno compromete la propia vida en una premisa tan frágil e inconstante, y crecen las uniones de hecho y aumentan los divorcios». Es precisamente «en esta fragilidad» en la que, como recalca el Papa, «se consuma el drama de muchos niños privados del apoyo de sus padres, víctimas del malestar y del abandono, y se difunde el desorden social».
Ante la separación de los cónyuges y el divorcio, ante la ruina de las familias y las repercusiones en los hijos, «la Iglesia no puede permanecer indiferente», indica Benedicto XVI; los hijos «necesitan puntos de referencia extremadamente precisos y concretos, o sea, padres determinados y seguros que, de manera diversa, concurran a su educación».
Pero «es éste el principio el que la práctica del divorcio está minando y comprometiendo con la llamada familia ampliada y cambiante, que multiplica los “padres” y las “madres” y hace que la mayor parte de quienes se sienten “huérfanos” no sean sólo hijos sin padres, sino hijos que tiene demasiados», constata.
Siguiendo al Papa, tal panorama, «con sus inevitables interferencias y entrecruzamientos de relaciones, no puede dejar de generar conflictos y confusiones internas, contribuyendo a crear e imprimir en los hijos una tipología alterada de familia, asimilable en cierto sentido a la misma convivencia a causa de su precariedad».
Estas problemáticas actuales que afrontan los cónyuges y debilitan su unión «tienen su verdadera solución en un retorno a la solidez de la familia cristiana -exhorta-, ámbito de mutua confianza, de don recíproco, de respeto de la libertad y de educación a la vida social». Igualmente recuerda que «el amor de los esposos exige, por su propia naturaleza, la unidad y la indisolubilidad».
El Papa recalca «toda la compresión que la Iglesia puede tener ante tales situaciones», si bien aclara que «no existen cónyuges de segunda unión, sino sólo de primera unión»: aquella situación «es irregular y peligrosa» y es necesario resolverla, «en la fidelidad a Cristo, encontrando con la ayuda de un sacerdote un camino posible para poner a salvo a cuantos están involucrados en ella».
La necesaria ayuda a las familias pasa por proponerles con convicción –pide a los prelados- las virtudes de la Sagrada Familia y por acompañarlas para que no se vean «seducidas por ciertos estilos de vida relativistas, que las producciones cinematográficas y televisivas, y otros medios de información, promueven».
«Tengo confianza en el testimonio de aquellas familias que sacan su energía del sacramento del matrimonio; con ellas se hace posible superar la prueba que se presenta, saber perdonar una ofensa, acoger a un hijo que sufre, iluminar la vida del otro, aunque sea débil y discapacitado, mediante la belleza del amor. A partir de tales familias es como se debe restablecer el tejido de la sociedad», concluye.
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